la de un torero genial al que parte de la crítica le reprochaba que su techo era más alto
Luis Nieto, Sevilla
–Paco, ¿por qué y cuándo decide hacerse torero?
–En mi caso, como en el de casi todas las familias de aquella época, la única solución para aspirar a cosas importantes era ser torero. Además, era lo que a mi me gustaba. Tenía afición. Pero creo que lo más importante es la necesidad. Yo, a los 10 años, ya me enganché a trabajar. Hice de todo: albañil, panadero, cortando hierba.
–El que su padre, Rafaelillo de Camas, fuera banderillero, ¿le marcó?
–Él no me podía ayudar. Yo era muy joven. Fíjese cómo empezó todo. Chicuelo padre me llevó a varios tentaderos, entre ellos a uno en Marqués de Albaserrada. Yo me ponía a torear. Tendría entre 12 y 14 años. Y a donde iba me volvían a llamar. Los ganaderos se fijaban en mí. Y me mandaban llamar, “¡Que venga el chavalillo ese!”. Yo luego iba solo. Porque era solitario.
–Supongo que viviría mil y una anécdotas.
–Ahora recuerdo un viaje. Tendría 13 o 14 años. Fue mi primera experiencia fuerte y me dejó huella. Nos escapamos de casa tres o cuatro chavales. Salimos de Camas. Nos colamos en el tren. Yo me escondía debajo de un asiento, para no pagar. Nos detuvo la Guardia Civil y nos pidieron el permiso paterno. Nos retuvieron en Jerez. No nos hicieron nada. Pero tuvo que ir a sacarnos un familiar. Fue la madre de Juanito Cruz, que luego fue novillero. Cuando estaba en la estación me dijeron: “No aparezcas más por aquí”. Y contesté: “Cuando vuelva a Jerez lo haré en coche”. Cuatro o cinco años después fui a torear a Jerez y mi entrada en el pueblo y en la plaza fue como yo quería: en coche.
–El torero, ¿nace o se hace?
–Creo que nadie nace sabiendo. Llega un momento en el que en la vida no tienes escapatoria y eliges algo pensando en el día de mañana. Eso les pasa a todos, desde los futbolistas a los arquitectos. Decides que te gusta algo y lo que quieres es aprender para llegar en ello a lo más alto.
–Pero críticos y aficionados han dicho que usted nació para el toreo...
–Yo lo que hice fue mucho campo y me fijaba mucho en todos. En la corrida veía siempre los seis toros, los que yo lidiaba y examinaba los de mis compañeros. Así, mientras otros charlaban en el callejón, yo cogía experiencia, viendo como sale el toro, lo que hace en la lidia, cómo reacciona... todo.
– ¿Cómo se preparaba?
–Como no tenía dinero para ir a los toros, mirando a los toreros cómo entrenaban en Camas. Mirando a El Cobo, El Pío, Curro Romero, Marqueño.
– ¿Hacía ejercicio físico como ahora?
–Me echaba el paseíto porque me obligaban. Algunos se echaban sus carreritas. Yo no corría. Era el primero en cansarme de andar y me volvía para atrás. El torero no tiene que correr, si no estarse quieto. Con torear ya haces ejercicio suficiente.
– ¿En quién se fijo?
–En nadie. Quien me gustaba era Ordóñez. Pero no podía verle. No tenía dinero. Yo tenía una gran afición. Llegaba al Colón, a ver salir a los toreros camino de la plaza. Me iba corriendo y los veía entrar en la plaza.Y luego me marchaba andando a Camas.
– ¿Qué buscó en el toreo y qué quiso expresar?
–Lo máximo. He tenido suerte. Y la suerte es necesaria que te acompañe. Pero cuando pasa tienes que cogerla y no soltarla. En mis comienzos triunfé muy pronto en Zaragoza y Barcelona. En ésta plaza toreé un año 23 novilladas.
–Ahora que menciona estas dos plazas, ¿Qué relación mantuvo con Sevilla?
–No he sido predilecto de Sevilla. Cuando salí disparado de Zaragoza y Barcelona llegué a Sevilla con mis exigencias. Si no las aceptaban, pues no pasaba nada. A mí la plaza de Sevilla ni me ha dado, ni me ha quitado nada. No me preocupa mucho. Toreé varias novilladas seguidas y salí por la Puerta del Príncipe en 1959. Las plazas de Madrid, Bilbao, Pamplona, Valencia, Bayona, La México son plazas donde toreaba todos los años y Sevilla entraba dentro del conjunto de todas.
–Ningún torero español ha calado tanto en México como usted ¿Cómo se mantiene esa relación?
–Hace tres años fui la última vez. Iba de un homenaje a otro. La gente se acercaba a mí con mucho cariño.
– ¿Quiénes fueron sus toreros predilectos y quienes le interesan de los de hoy?
–Rafael Ortega, Ordóñez, Aparicio, Luis Miguel. De los jóvenes, José Tomás, el primero, porque intenta torear como se toreaba antes: bien. Y me gustan Perera, al que sigo desde cuando era novillero y que cada día está más cuajado y torea mejor, El Juli, Ponce y Talavante, entre otros.
–En su caso, ¿dónde estuvo la clave del éxito?
–Yo quise ser un torero clásico, con mi manera de ser, de torear y no parecerme a nadie.
–Sobre ese tema debaten mucho los aficionados. Dicen que en su época había muchos toreros con personalidades distintas ¿Es así?
–Los toreros se parecen ahora muchísimo; salvo los tres o cuatro que se distancian. En mi época había mucha variedad. Más personalidad, dentro del clasicismo. Creo que se debe a las escuelas, que son buenas para educar a un chaval, pero no para hacer un torero bueno.
– ¿Y en competencia?
–Antes había más competencia. Por lo menos se notaba más en la plaza, con más quites.
–Hasta el punto de que en Aranjuez llegó a las manos con El Cordobés.
–En la plaza se caliente uno pronto. Entra en tensión y no se puede controlar. Son cosas del toreo.
–En ese sentido, los toreros de hoy son más correctos.
–Son más educados (se ríe). El Cordobés y yo estuvimos sin hablarnos un par de meses. Lo que no entiendo es que hoy se besen en un patio de cuadrillas. Cualquiera le daba un beso a Luis Miguel, a Ordóñez o a Rafael Ortega. Yo al único que le daba un abrazo en el patio de cuadrillas era a mi compadre, Diego Puerta. Si le doy un beso me da una hostia. En la plaza hay que tener muy mala leche. Hay que intentar ser el mejor. Otra cosa es la calle, donde tienes que ser una persona normal. Pero en la plaza... a mi nadie me gana la pelea.
–Gonzalo Carvajal le puso el sobrenombre de ‘El niño sabio de Camas’.
–No me gustó aquello. Yo tenía 20 años y lo que quería era ser mayor.
– ¿Qué le queda de ‘aquella niñez’?
–Yo ahora me acuerdo mucho de mis comienzos y sueño cuando comenzaba a torear.
–Si hablamos de valor...
–Lo da la confianza. Claro, para ponerse delante de un toro hay que tener un mínimo de valor. Y hay que ser inteligente para expresarte delante del toro, pensando en la misma cara para sorprender. Eso es lo más difícil ¡Como lleves echa la faena desde el hotel estás arreglado!
–El miedo
–Es descontrol. No lo he padecido muchas veces porque he sido tranquilo. Yo para torear no lo pasaba ni mal ni bien. Vamos, que yo dormía más que un lirón. Tenía que llamarme mi hermano –mozo de espadas– antes de torear. Entonces me preocupaba por la corrida. Antes no tenía preocupación. Para ser torero hay que tener temple.
– ¿Y hubo algún toro que le trajera por la calle de la amargura?
–Un toro de Galache en Vinaroz. Miraba de una manera especial y pensé “no me va”. Cogió a todos los banderilleros. A todos. Menos a mí. Me trajo de cabeza. Yo tendría 26 o 28 años y estaba en plenitud física. Pero aquella mirada me descontroló. No se puede decir por qué.
–Usted ha sido uno de los pocos toreros, que gracias a su inteligencia, podía y pedía toros de Santa Coloma ¿Por qué lo evitan hoy las figuras?
–El santa Coloma es un toro complicado. No se puede uno arrebujar. Tiene una cosa buena, que te canta muy pronto sus verdades, tanto sus virtudes como sus defectos. Pero tiene su sitio y no deja que nadie le invada su terreno. Es muy listo. Claro, que haciéndole las cosas bien no es tan listo. No hay que arrollarlo. Si le invades su terreno es arisco. Ahora sale un toro que no se mueve y que aburre al público y al torero.
–Creó una ganadería, ‘Los Camino’, con encaste Domecq ¿Cuáles son sus metas?
–No la tengo para venir a Sevilla ni a ninguna plaza de responsabilidad. Me gusta el campo y por eso la cree. Tengo unas 70 vacas de santacoloma y 80 del Marqués de Domecq. No quiero más. Todo lo llevo en la cabeza. Lidio unos 50 becerros al año. Este año lidiaré cinco novilladas.
– ¿Cómo vivía sus éxitos?
–El triunfo, como un derecho que me correspondía. Pero como tenía que torear al otro día, no he sido hombre de noches ligeras.
– ¿Cuál fue su mejor faena?
–La que queda por hacer. Nunca se sabe qué faena ha sido mejor, porque cada toro es distinto. Todas las faenas buenas tienen algún defecto. La que considero mejor se la hice a un toro berrendo de Francisco Galache en Madrid. Tan sólo me dieron una oreja, pero para mí gusto bordé el toreo al natural. Sería en el año 64 o 85.
– ¿Qué sentía en esos momentos, cuando toreaba de esa manera?
–Al torear bien yo me encontré a gusto y feliz. Eso de que estás en una nube o en el cielo o que van o que vienen, creo que están como cabras. Yo no he estado en una nube nunca. El toreo hay que sentirlo, pero nunca en las nubes.
– ¿Tampoco cree en la inspiración?
–No entiendo de esas cosas. Yo entiendo en si te vas a arrimar o no. Imagínese, al aficionado preguntando al torero: ¿mi alma, te vas a inspirar mañana?... Si te vas a inspirar mañana vengo a verte.
– ¿Capote, muleta o espada?
–La muleta. Aunque con las tres cosas no lo he hecho mal.
–Muy pocos han estoqueado como usted ¿En dónde está el secreto para hacerlo bien?
–En pasar los pitones del toro. Para mi gusto tiene menos peligro el hacerlo.
–¿Cómo le afectaban las cornadas?
–Y algunas veces perdía el sitio, como todos, pero durante pocas corridas.
–¿Cuáles fueron las más fuertes?
–Una en Bilbao y otra en Aranjuez. La de Aranjuez fue en el pecho, para quitarme. Volví y toreé un año más para que nadie creyera que no quería volver por miedo.
–Supongo que lo más duro fue la muerte de su hermano Joaquín, corneado mortalmente en 1973 en la plaza de Barcelona.
–Fue una desgracia. Les ha tocado a muchas familias la misma historia. Yo me retiré un poco por mi madre y mi padre. Para no darles un disgusto. Si hubiera seguido toreando ese año, se me hubiera pasado rápido. Me afectó mucho.
–¿Consiguió todo lo que quería?
–He llegado a tener una comodidad y a tener amigos por todo el mundo. Todo lo que soy se lo debo al toro.
–Varios críticos y escritores coetáneos suyos le reprochaban que no daba todo lo que tenía. Incluso Cañabate dijo aquello de ‘la mandanga’.
–Yo me tuve que guardar algo. Si lo hubiera dado todo me hubiera quedado sin nada y eso no es bueno en la vida en ningún sentido.
–Su último retorno fue para dar la alternativa a su hijo Rafael ¿Qué piensa de esa historia?
–Yo lo puse en el camino. Luego, hizo lo que quiso él. Toreó 50 novilladas. Tomó la alternativa. Lo dejé encarrilado con José Antonio Chopera.
–El trasplante de hígado, ¿le ha cambiado la vida?
–No. He seguido haciendo lo mismo. Únicamente que ya no me puedo tomar un vino; lo demás, todo. Vivo tranquilamente en el campo y salgo para ver las ferias de Valencia, Sevilla, Madrid y Salamanca o Valladolid y ahí termino la temporada.
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